Wednesday, November 01, 2006

Después de hora

Voy a relatar, para el absoluto horror de P..., una de las más bizarras aventuras sexuales que haya tenido en mi vida. Todo sucedió hace unos años, cuando mantenía una no tan secreta doble vida: un honrado trabajador de la Gaceta Jurídica de día, y un ebrio consumidor de cocaína durante la noche. Fue así que, en una de nuestras muchas veladas de drogas y alcohol, P..., H... y yo nos fuimos de paseo por el jirón Ricardo Trenemann en el centro de Lima, lúgubre y tenebrosa arteria que cobija a los legendarios prostíbulos Las Cucardas y La Nené.

En arcanos tiempos, La Nené era conocida como El Salón, y hasta allá se desplazaban ricachones, empresarios y adinerados aficionados a las caricias pagadas, porque las mujeres que allí trabajaban eran... cosa seria. Hoy la decadencia se ha estancado en aquellas callecitas con luces rojas, y donde antes se mostraban pechos espléndidos y torneadas piernas, hoy solo se dejan ver arrugadas y provectas damas, que tratan desesperadamente de ganarse el diario sustento. Ante tan triste espectáculo, decidimos tomarnos un café en las carretillas que hay afuera del lupanar, junto a taxistas, proxenetas, ladrones y otros insignes parroquianos. Así entablamos conversacion con Margarita.

Margarita es una meretriz, tan vieja y feíta que ni siquiera puede trabajar en la Nené. Sin embargo, por desconocidos designios del destino, esa noche la invitamos a acompañarnos a nuestra casa en Jesús María (antes tuvimos que empujar afuera del taxi a sus amigas, que quisieron colarse a viva fuerza y que al lado de Margarita la hacían ver como Kate Moss). Ya en la casa, previo pago de 20 dólares, inmensa y jamas imaginada fortuna para nuestra amiga, nos dedicamos a formicar, uno por uno y de la manera más grosera, a la buena de Margarita, haciéndola satisfacer todos y cada uno de nuestros abominables antojos sexuales, mientras el álbum de Ratt, Out of the cellar, sonaba en el estéreo.

P... siempre me jode con que si voy a ir a Lima a visitar a Margarita, pero en realidad a veces me pregunto (sin ningún signo evidente de lujuria) qué será de su vida, si estará viva aún, y si seguirá trabajando en las afueras de la Nené, con su traje negro y su sombrerito.

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